Lee el discurso íntegro de Álvaro Martín como Hijo Predilecto de Llerena
Álvaro Martín Uriol
Hijo Predilecto de Llerena
Martes, 4 de abril 2023, 11:25
El pasado 10 de enero de 2019, en los Premios Nacionales del Deporte celebrados en el Palacio Real del Pardo, estando allí como invitado, después de hacerme una foto con su majestad el Rey Felipe VI, me acerqué al grupo de periodistas que estaban allí para saludar a cierto compañero que conocía. Hablando con él, se me acercó otro periodista, amigo del que conocía y me presentaron ante él.
Me presenté diciendo que venía de Llerena y que era atleta olímpico y recientemente Campeón de Europa. El periodista primero me preguntó si era Llerena o Gerena, que supongo que a muchos de mis paisanos nos habrá pasado. Aclarada la duda y comentándole la población de mi pueblo, extrañado por proceder de una localidad tan pequeña para los éxitos que empezaba a tener me preguntó: «Allí te reconocerán casi como un Dios, ¿no?». Espero que los aquí presentes os quedéis con esta pregunta, pues al final de mi discurso os diré cómo contestaría ahora mismo a ese periodista.
El comenzar a hablar sobre una distinción tan importante no es tarea fácil y ahora os diré por qué. Inicialmente, como creo yo que todos podemos esperar, ser hijo predilecto de tu tierra se entiende por toda una vida «ejemplarizante» o por ciertas gestas realizadas a lo largo del tiempo. Como veis, desde este punto de vista, que se me conceda a mí es algo que me choca y me llama la atención. Puesto que entiendo que se me premia por mis logros deportivos y por intentar llevar el nombre de mi pueblo por bandera. Aunque déjenme decirles, que ganar x medallas o conseguir x títulos, o más recientemente, sacar la bandera de Extremadura con el nombre y el escudo impreso de Llerena al final de una competición, tampoco lo considero ser embajador de Llerena. Creo que la mayor embajada es mostrarnos naturalmente como somos. Y me explicaré en ello ahora.
Mi infancia fue bastante buena, como afortunadamente es la de todos los niños y las niñas que nacemos en un pueblo. Tuve la gran suerte de criarme y jugar en Llerena y a la vez conocer a mis amigos de la infancia, que hoy en día siguen siendo mis amigos.
Siempre me encantó el deporte, primero porque lo veía en mis padres, viéndoles jugar al tenis en la piscina de socios de Llerena y, creo que también para alegría de mis padres, para poder sacar toda esa energía que todos los niños tenemos en esas edades. Para cansarnos para ser sinceros. Hacer deporte y todo tipo de deportes: fútbol, natación, tenis, baloncesto e incluso kick-boxing. Lo dicho, había que cansarse.
También, y sin que sirva de tópico para los que somos de pueblo, éramos algo brutos. Como anécdota, y solo contaré una, puesto que si contase alguna más creo que me quitarían esta distinción rápidamente. Jugábamos al fútbol en los recreos del instituto. Hasta aquí todo normal y nada llamativo. El problema era cómo jugábamos a fútbol. Y es que lo hacíamos con un balón de baloncesto. Si alguno se pregunta si duele un balonazo con un balón de baloncesto… la respuesta es sí. Voy a destacar que Dani Lara, aquí presente, por su corpulencia en aquellos tiempos era el más peligroso a la hora de soltar un balonazo. ¿Verdad, Dani?
No fui un buen estudiante, tampoco suspendía, pero aprobaba «por los pelos». Mi madre me pilló más de una vez haciendo los deberes, a última hora, debajo de la cama para que nadie me viera. Mi paso por el instituto fue «sin pena ni gloria». Únicamente me dedicaba a pasar de curso. El pensar en una carrera universitaria en esos momentos me parecía algo, no imposible, pero muy difícil para mí.
Con todo ello, llegamos a los 15 años. Para ese momento, ya empezaba a destacar en el atletismo, teniendo mis primeras medallas en campeonatos nacionales y varios títulos de campeón de España. También, en el 2010, competí por primera vez con la Selección Española en Moscú y en Singapur. Este 2010 fue un momento decisivo para mí: fui becado en el Centro de Alto Rendimiento de Madrid, la Blume, con 15 años para el próximo curso. Con 16 años, me fui a vivir a Madrid, a luchar por mis sueños deportivos.
Los primeros meses en Madrid fueron duros, como se podía esperar. Nueva ciudad, no conocía a nadie, nuevo instituto, etc. Con todo, empecé a profesionalizarme en la marcha atlética. También entendí en este tiempo que el deporte, no solo es un compartimento estanco, sino que había cosas que se podían trasladar a otras facetas personales. En mi caso, tener esos valores de constancia, sacrificio y voluntad para mi carrera académica. Por supuesto, utilizar el deporte como herramienta social. Una poderosa arma que ayude a cohesionar una sociedad que busca la individualización del individuo.
Creciendo atléticamente y conociendo grandes deportistas entré en una fase de «humanización del deportista». ¿Y qué es esto? Quitarles esa aurea de divinidad, muchas veces impuesta por los demás. Humanizar para considerarlos iguales a nosotros mismos. Cuantos más títulos ganaba y mayor repercusión social tenía, más me veía como mis paisanos llerenenses. Curioso.
Y ¿por qué hacía esto? Precisamente porque comprendí que no existe el destino de las personas. Yo no estaba destinado a destacar en el deporte, ni otra persona estaba destinada a nunca poder ser deportista profesional. Toda esa campaña de marketing para divinizar tenía un trasfondo de conseguir más ingresos, aumentar el ego personal o fomentar el narcisismo. Frente el poder del individuo creía más en la comunidad.
En el 2018 conseguí mi mayor logro personal: conseguí graduarme en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. Y fui Campeón de Europa en Berlín también. ¿Os acordáis que os dije que de pequeño veía muy difícil terminar una carrera universitaria?
Pero, a pesar de ser el 2018 un gran año académica y deportivamente, lo que solo mis amigos y familia sabe es que fue también el año más difícil a nivel personal. Hay una gran fase de George Orwell que dice: «En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario». Aquí comenzó mi cruzada contra la Real Federación Española de Atletismo. Denuncié ciertas situaciones, hoy aún vigentes, que me parecían injustificables. Además, para no preocupar a mi familia o amigos, mantuve parte de este proceso en secreto. Por desgracia, desbordado y casi derrotado, físicamente empezó aparecer las secuelas que estaba sufriendo, mis primeras canas.
Para no extenderme en este asunto, solo decir, que la Real Federación Española de Atletismo me retiró la beca interna que tenía desde el 2010 en la Blume y me acusó de una falta muy grave disciplinaria que supondría la retirada de mi licencia deportiva por un periodo de tiempo de 4 a 8 años. Si ellos hubieran ganado, hubiera supuesto mi muerte deportiva.
Si estoy aquí hablando y sigo compitiendo es porque les gané, con abogado por supuesto. Pero mi victoria no era definitiva, solo temporal. Al año siguiente volvieron abrirme un expediente disciplinario por sanción muy grave, de nuevo, de 4 a 8 años sin licencia deportiva. Volví a ganarles. Aun así, el desgaste era tremendo. Psicológicamente me veía fatigado por esta lucha, desigual, sucia e injusta.
¿Cómo aguantar esta presión y a la vez mantener el nivel competitivo? Pues precisamente volviendo al origen: recordar quién soy y de dónde vengo. Porque en nuestra tierra tendremos ciertas carencias de infraestructuras comparados con una gran ciudad… pero a nivel personal somos personas humildes y fuertes. Capaces de pelear contra cualquier adversidad. Así, con la voluntad que nos hace la gente de Llerena, no me rendí. Ni lo haré.
Defendí diferentes situaciones que creía injustas y nunca me callé. Esto hizo que me ganase muchos enemigos. Además, el no callarse en el deporte sale caro: muchos patrocinadores me darían la espalda por mis declaraciones o mi posicionamiento. Se nos pide que seamos sumisos y callados. La hipocresía reina en el deporte.
Compran tu silencio. Te invitan a no pensar. Como ejemplo, con la pandemia y las primeras semanas de confinamiento, defendí el aplazamiento de los JJOO de Tokio para el año siguiente. No sabéis la cantidad de gente que me escribió pidiéndome que retirara mi postura. Esa misma gente que a las que luego veía en campañas de #yomequedoencasa cobrando del Estado. Lo dicho, hipocresía.
¿Por qué esta forma mía de actuar? Porque creo en la posibilidad de un mundo mejor. Porque entreno físicamente para ser mejor deportista, pero más entreno para ser mejor persona. Porque creo en el ejemplo personal que es posible para todos. Que no necesitamos líderes, ni héroes que nos guíen. Todos podemos ser líderes. La comunidad representada simbólicamente como un edificio es la suma de todas las piedras que somos nosotros. Unas más anchas, otras más redondas, pero, en definitiva, encajando perfectamente para mantener la estructura en pie. Creo en la diversidad y diferencia como algo enriquecedor frente a la masa homogénea. Y todo esto, lo aprendí de mi pueblo, Llerena, de su gente y, más específicamente, de mis amigos, de mi pareja, de mi familia y aquellos amigos a los que incluso llamo hermanos.
¿Se puede hacer un mundo mejor a través del deporte? Yo digo que sí. Está en nuestras manos, en nuestro ámbito, ya sea profesional o personal, el ser mejores personas para hacer de este lugar mejor.
Por último, y para ir acabando, solo comentar cierto currículum deportivo que tengo en mi haber: 8 récords de España, Bronce europeo júnior, Plata europea sub-23 y dos títulos de campeón de Europa absoluto, Bronce y plata individual en los Campeonatos del Mundo Absoluto de Marcha por Equipos, 28 títulos de campeón de España, en diferentes categorías… Pero lo más importante o lo que más me define de mí, no son estos resultados deportivos. Sino el ser uno más de mi Llerena. Mantener mi personalidad o incluso mi «naturaleza» igual que los míos.
Os acordáis del periodista del principio de mi discurso que me preguntaba «¿Allí te reconocerán casi como un Dios, no?». Mi respuesta hoy sería: me conocen en Llerena como el hijo del Fali, el perito agrícola; el hijo de Macarena, la veterinaria; el hermano mayor de la Palo; el hermano pequeño de la Maca; el sobrino de Gema, la profe de inglés del colegio; el que corre; y, por último, el Katón entre mis amigos.
Después de responderle esto al periodista, le preguntaría yo al periodista «¿Sigues considerando que me reconocen como un Dios?»
¡Muchas gracias a todos!
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