Marisa Rodríguez Palop en el plató de Informe Semanal, minutos antes de comenzar el programa. CEDIDA

«Tenemos que reposarlo todo un poco, estamos en una etapa muy febril»

Paco Díaz

Llerena

Miércoles, 20 de octubre 2021, 10:28

Marisa Rodríguez Palop (Llerena, 1966) es una de esas personas que, como se suele decir, «tiene mundo». París, Roma y Lisboa. La muerte del papa Juan Pablo II, la proclamación de Benedicto XVI, cumbres de la ONU, la erupción del volcán Mayon de Filipinas, el terremoto de L´Aquila, los atentados yihadistas de París, el incendio de Notre Dame. Marisa ha estado en todos estos lugares y acontecimientos. Tras más de 30 años ligada a RTVE, la cual la ha visto aprender y crecer como profesional hasta el día de hoy, en el que, tras muchos viajes y once años fuera de España como corresponsal, presenta desde el año pasado el programa más longevo de la televisión europea, Informe Semanal.

Rodríguez Palop se crio en Llerena, en una casa con tres hermanas más: María Eugenia, eurodiputada y profesora universitaria; María Isabel, también periodista; y Carmen, artista y profesora. Con 17 años, tuvo que abandonar su pueblo para perseguir el sueño de ser periodista. Comenzó cursando los dos primeros años de carrera en Sevilla, cuando aún no existía Facultad de Comunicación, a través del 'Centro Español de Nuevas Profesiones'. En el tercer curso, se desplazó a Madrid para acabar sus estudios en la Universidad Complutense. La capital de España, después de muchos años, volvió a ser su segunda casa tras regresar en 2019 de París, cuando acabó su etapa como corresponsal en la ciudad francesa. Ahora, mientras camina dirección a Torrespaña, comúnmente conocido como 'El Pirulí', lugar desde donde Informe Semanal se fabrica y se emite para toda España, Marisa Rodríguez Palop repasa toda una vida delante la cámara y de los hechos, tanto de los buenos como de los malos.

-¿En qué momento decide que quiere ser periodista?

Desde muy pequeñita. Diez u once años tendría cuando le dije a mi madre que quería ser periodista. Recuerdo que estábamos en un bar y, hablando con mis hermanas de lo que queríamos ser, yo le dije a mi madre: 'Mamá, yo quiero ser periodista'. Ella, que la única referencia que tenía en la época (años 70) era Carmen Sarmiento, los periodistas de conflictos, la guerra del Líbano… entró en pánico (risas). Me respondió que no, que eso era una barbaridad, que si a mí me gusta escribir tendría que ser profesora de Literatura. Yo le dije que me gustaba escribir, pero también contar historias y tenía mucha curiosidad por ver cosas, conocer mundo, conocer gente y ser yo la que viera por mis ojos lo que pasaba. A mí me seducía mucho la idea, a pesar de que en mi familia no había ningún periodista ni conocíamos a ningún periodista. Mi madre pensó que se me iba a pasar, pero no se me pasó.

-¿Cómo empieza su camino en el periodismo?

Era un mundo mucho más dominado por hombres, pero además había una especie de élite donde si tú no tenías contactos no sabías cómo entrar. Lo mío fue un poco por azar. Estando un día en una cafetería, me encontré con María Escario, que entonces ya era presentadora de Televisión Española. A mí me gustaba mucho y me acerqué a saludarla. Ella fue entonces la que me informó en esa conversación de que había unas becas que daba la universidad para hacer prácticas en Televisión Española después del quinto año, cuando habías acabado la carrera, durante el verano. Yo no tenía ni idea, pero tomé nota y solicité esa beca. Siempre me gustó adelantarme e hice antes muchas entrevistas por mi cuenta que vendía a revistas. Entrevistas a Lina Morgan, Emilio Aragón, Luz Casal… A gente que me gustaba, la localizaba, le hacía una entrevista y luego la vendía. Esto lo hacía yo por mi cuenta y a mi coste, pero no me importaba porque era una manera de practicar y de meterme en el mundillo, además que me fascinaba. Con esas entrevistas y la nota de la universidad, entré en la beca, que hice en la sección de Economía de los telediarios. Cuando termina la beca, te quedas en el banco de datos, pero te vas. Volví a Llerena, donde empecé a trabajar con mi padre en su taller, hasta que dos meses más tarde, leyendo el HOY, vi que acababan de inaugurar el Centro Territorial de RTVE en Extremadura. Mi padre me dijo: '¿por qué no te pasas por ahí y miras a ver si te interesa?' Yo no sabía qué hacer. Él me animó y me dijo que 'el taller iba a estar ahí siempre'. Cuando fui al Centro, me acogieron con los brazos abiertos, porque estaban buscando gente justo que estuviera en el banco de datos. Cumplía los requisitos y me contrataron. Además, traje a una compañera, porque necesitaban más gente, y avisé a Carmen Romero (actual presentadora de Audiencia Abierta en TVE). Ahí empezamos.

-Ha sido corresponsal de TVE en Roma, París y Lisboa durante once años. ¿Cómo de complicado fue este trabajo, teniendo tan lejos su hogar?

Es difícil. Cuando te vas de corresponsal, no sabes por cuánto tiempo lo vas a estar. Al principio, lo que piensas es que es una oportunidad estupenda, ya que trabajas en otras condiciones, perfeccionas un idioma, te pones a prueba, superas un montón de dificultades, tienes que tocar todos los ámbitos… Estás siempre creciendo e intentando mejorar. Con esa aspiración y con ese empuje, te vas. Siempre piensas que vas a volver una vez al mes, pero luego resulta que vienes en verano y Navidad nada más, porque la vida en una corresponsalía no te permite otra cosa, estás entregado al cien por cien. De hecho, si planificas algo para el fin de semana, muy probablemente lo tienes que anular porque hay algo que está por encima del ocio, que es tu obligación. Cuando miras para atrás, te das cuenta de que es un periodo largo que has estado sin tu gente y que te has perdido muchas cosas. Muchas veces me he dado más cuenta de cuando me han faltado mis padres cuando lo he pasado, no cuando lo estaba pasando. Cuando lo estaba pasando, estaba tan centrada en trabajar y el tiempo pasaba tan deprisa… Yo los llamaba constantemente y tenía un contacto habitual, al igual que ahora, pero cuando miro atrás y pienso que he estado once años fuera de España… Once años son muchos.

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-Ha cubierto muchas situaciones, desde atentados hasta la proclamación de un nuevo Papa. ¿Cuál es la noticia que más le ha marcado o le ha impactado a lo largo de su carrera?

Las noticias que más me han marcado fueron los atentados de París, sin duda alguna. Lo de Charlie Hebdo, que nos parecía una cosa aislada y luego, en noviembre del mismo año (2015), los atentados de la Sala Bataclan, que fueron terribles. Sientes que vives en una ciudad en conflicto, donde la violencia está ahí. Tienes militares en la puerta del colegio donde van tus hijos, cruzas el paso de cebra con desconfianza, dejas de coger el metro… Todos los días era un sobresalto. Ese fue el peor ciclo, no solo por mí, sino porque era madre de niños pequeños.

-¿Cuáles cree, en cambio, que son las noticias más positivas que le ha tocado cubrir?

Me ha gustado mucho cubrir las noticias de ciencia, ver cómo gente que, de manera muy modesta, sigue trabajando por mejorar la vida de los demás. A los científicos apenas se les da espacio en los medios y son personas a las que les debemos muchísimo. Cobran poco, se tiran años para poner a prueba sus investigaciones y, cuando logran un pequeño avance, todos los demás nos beneficiamos de eso. Sin embargo, durante todos esos años de trabajo, están en la oscuridad. También me gustó mucho la reapertura de la Sala Bataclan, cuando fue Sting a actuar allí. Todo el mundo en ese lugar, con flores en el suelo, en un momento de oración y reflexión. Luego se eligió un repertorio tan emotivo, tan bonito, con familiares de las víctimas allí entre el público. Fue impresionante, fue un acierto cómo Sting comprendió que esa sala de fiestas se tenía que abrir de una manera emotiva y especial. Además, la noticia más hilarante que me tocó dar fue las risas del Parlamento de Andalucía, un momento surrealista. En el año 1994, empezaron a pasar las listas para votar y a todos los parlamentarios les dio un ataque de risa. No podían ni seguir, hubo hasta que interrumpir la sesión. ¡Qué tiempos cuando los políticos se reían! Estuvieran en el partido que estuvieran, se pasaban el pañuelo para secarse los ojos. Fue una cosa mágica, un momento muy berlanguiano. Esto lo viví sola, eran las doce de la noche y solo quedaba allí la cámara de TVE. Más allá de la risa, tiene ese significado de esa época en la que los políticos se podían mirar y compartir algo por encima de sus diferencias.

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-¿Cómo cree que ha influido en su persona el hecho de haber viajado tanto y haber vivido tanto tiempo fuera de España?

Lo que más me ha cambiado es que me afectan mucho menos las cosas pequeñas. Cuando estás todo el rato aquí, te parece que esta es la única referencia, lo más importante. La gente se encierra en una burbuja microscópica y la defiende a muerte, como si ese fuera el eje del mundo. Cuando estás fuera, te das cuenta de que hay países que tienen otros problemas porque son democracias más viejas que la nuestra y han pasado por situaciones mucho más complicadas. Las dos Guerras Mundiales, por ejemplo, han marcado mucho la dinámica, la vida y la memoria colectiva de los países donde yo he vivido. Ahí hay flujos migratorios masivos desde hace décadas y hay que ajustar la convivencia entre diferentes culturas. Nosotros somos todavía una democracia joven, que tiene que dar el gran salto de ir a lo importante y pasar por encima de lo pequeño.

-Desde el año pasado presenta el mítico Informe Semanal. ¿Cómo surge esta oportunidad y por qué decide aceptar?

Surgió en junio de año pasado. La presentadora anterior, que era Rosa María Molló, una fantástica presentadora y compañera, abandonaba el programa y la dirección pensó que querían una persona de ese perfil, que hubiera sido corresponsal, que hubiera hecho reportajes. Querían un reportero o reportera, no querían un presentador al uso. Yo no soy una presentadora propiamente dicha. No tengo ese perfil ni esa compostura. Soy una reportera que presenta reportajes. Pensaron en mí y acepté encantada, porque para mí es un honor presentar el programa más longevo de la televisión europea. Tiene 48 años ininterrumpidos en antena y estamos haciendo una cuota de pantalla que para la media de la casa está muy bien. Hay una audiencia fiel que espera ver esos reportajes reposados, trabajados, con todos los puntos de vista. Nuestra audiencia es curiosa, exigente y aprende, igual que yo, que también aprendo cuando veo los reportajes. Algunos gustarán más que otros, pero la intención siempre es salir un poco de la dinámica frenética de los telediarios y dar un ángulo un poco por encima del detalle de la última hora que se ha dado en el telediario anterior. Nosotros tratamos de combinar uno o dos temas de actualidad con otro más atemporal. Eso forma parte del ADN del programa, el cual te permite que las noticias de la semana las puedas ver con más calma y escuchar a la gente hablar con tranquilidad, que hagan silencios, que se expresen, que se logre tener la sensación de que están hablando contigo. Es una gran satisfacción para mí presentarlo. Dure el tiempo que dure, es una oportunidad muy bonita que, además, me reconcilia con mi pasado como corresponsal.

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-¿Cómo valora la situación de RTVE en la actualidad, después de los cambios que se han llevado a cabo en los últimos meses?

Ahora hay una dirección nueva que intenta mejorar la situación. Estamos en una crisis de audiencia y todos queremos remontar. Se pueden hacer cosas mejor y se puede vender mejor las cosas buenas que se hacen. De momento se han hecho algunos cambios, tampoco muy radicales, y a ver qué efecto tienen. Sin traicionar nuestros valores y nuestros principios como servicio público, queremos mejorar y alcanzar cuotas como las que hemos tenido en tiempos pasados. Vamos a ver si funcionan estos cambios, esperemos que sí.

-¿Y cómo ve el futuro del periodismo, en general, en nuestro país?

Tenemos que reposarlo todo un poco. Estamos en una etapa muy febril. La irrupción de las redes sociales es innegable. Algunas cosas de ellas son positivas y otras no tanto. Hay que insistir mucho en distinguir las fuentes de información y verificar constantemente porque hay intoxicaciones masivas en las redes y muchos vendedores de humo. Los periodistas podremos gustar más o menos, estar escorados aquí o allá, o en ningún sitio, pero hemos hecho una carrera donde nos han enseñado unos valores y tenemos un código ético. Y, sobre todo, tenemos ante quien responder si hacemos una barbaridad. Si nosotros nos equivocamos, tiene consecuencias. Si un youtuber o un espontáneo de las redes sociales se equivoca, no las tiene. Y, por tanto, le da igual. Nosotros no ganamos más ni menos dinero contando las noticias. Por eso la gente debería darse cuenta de que no da igual leer una noticia de una procedencia que de otra. Esa es la principal batalla que tenemos por delante.

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